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Sueños de un Pergamino

Solitario

¡Eh, luna! ¡Que callada estás! ¡cuéntame algo! Qué apagadita te veo. Si me hablaras seguro que me sorprenderías con una hermosa voz, porque además de bella, estoy convencido de que tienes por voz, música celestial; hagamos un dúo y seamos una misma estrella.

Quisiera que fueras mi amiga, que me acompañases, porque no puedo dormir. Siempre estoy a dos velas. Te observo para que no me duela el tiempo. Tengo cantidad de problemas en la cabeza, que no tienen solución. ¡No puedo hacer nada!

Me pesa mi destino. Moriré sin nadie a mi lado. Me gustaría tener a alguien para consolarme, pero no me quieren, la gente pasa de mí. Cada vez que me ven apartan los ojos como si fuera un bicho asqueroso; sin embargo, tú eres adorada por todos. Te envidio luna, te envidio y te amo a la vez

¿Me ves luna? ¿Me escuchas? Seguro que me ves como algo que se deshace en el tiempo, que me apagaré como una vela. No, no soy soluble ¡No será así! Mi muerte causará mucho dolor. Daños irreparables para la humanidad, en todo lo que me rodea. Llegará lo inevitable.

¡Te das cuenta! ¡Sólo me quieren por conveniencia! “Te tengo porque no hay más remedio” ¡Es increíble lo ligados que están a mí!

No puedo más. Quisiera que me mirara la gente, así de extasiados como cuando te observan a ti; que lucharan por ponerme una bandera; que los poetas se inspiraran con mis rizos dorados; quisiera que me tuvieran más estima porque no puedo dormir, no tengo noche y lo único a quien tengo cerca es tu visión que me enloquece.

Estoy sólo, soy un solitario, acabaré soltero. Tu no me hablas y mi declaración amorosa parece un soliloquio.

Resulta irónico, pero la única vez que me admiran es cuando te pones encima, ya sabes, cuando hacemos eclipse. Esto me da rabia... pero me gusta... ¿lo intentamos de nuevo?

Renacer

Renacer

El aliento del mar, exhalando fragancias marinas, jugaba a deshacerle los cabellos. A lo lejos, los barcos venían de la faena, pera a ella ninguno le decía nada. Cerró los ojos y se sumergió en nuevos senderos que se hacían paso en la mente. Acostumbrada al dolor, de quien siempre espera, cayó en la cuenta de que aún seguía varada en aguas lejanas.

Anochecía. El frío la sacó de la abstracción y, en la ribera, el faro le recordaba que ya no había tempestad. Que sólo tenía que seguir por el nuevo camino, más seguro, sin rocas. Detuvo sus pensamientos y la naturaleza paró su actividad. Una sonrisa apareció en su cara, como amanecer en una noche de invierno.

Él, cuya simbiosis del mar con su piel aún no desapareciera, estaba a dos pasos de ella, observando con ternura, y la acompañó en la sonrisa. La ligazón de sus almas era muy fuerte, por eso conocía la marea de pensamientos que pasaba por su cabeza. Hasta ahora el mar les había dado la vida, pero siempre amenazando con llevarla a las profundidades. Delante, otro horizonte. Otro camino, en el que recordaría siempre la imagen de la persona amada, en la tensa espera, como la mejor muestra de amor.

Era un renacer.

Hijos del mar

La inquietud del faro

¡Paz!

¡Paz!

¿Esto es realidad? No lo sé, parece un sueño: estoy en un prado, coronado de crisantemos; el olor que producen, se empapa en mí, como un colador al atravesarme la brisa. Es de verdad un momento hermoso.

Algo cae del cielo. Blanco. Es un pájaro; ya sé, una paloma, que con suavidad, aterriza a mi lado. No me ve; ahora estoy en lo cierto, qué pena que sea un sueño (supongo que esto no sería deserción). Está tan cerca que siento cómo las patitas rozan la hierba, su pausado respirar y... ¿Será verdad? ¡Sus latidos! Un escalofrió recorre todo mi cuerpo, casi duele.

¿Y ahora qué veo? ¿Un hombre? ¿Qué hace? ¡No puede ser!

Un estruendo y un grito mío atravesaron el aire, a la vez que el dedo decidido, pulsó el disparador. El vil metal profanó la pequeña belleza.

¡Estoy despertando! No era sueño. ¡Era una pesadilla! Limpio el sudor, y aún dudo de la realidad, pues la ventana está abierta y una ramita de olivo yace sobre las sábanas.

De nuevo todo se funde en negro y luego distingo una realidad gris. Escucho un aliento. A alguien le cuesta respirar. ¡No! ¡Soy yo! Esto es real, y tengo dolor, el enemigo nos está atacando y alguien grita con locura:
- ¡A cubierto! ¡A cubierto! ¡Nos bombardean!

El secreto del árbol

El secreto del árbol

Estaba sentada en el mismo sitio, con la misma postura y con el mismo gesto. Las manos muertas sobre las piernas juntas, mirada vacía de contenido y parpadeo rítmico. Cada tarde era el mismo ritual.

Un hombre muy conocido de la villa, por ser persona de cierto misterio, se sentó a su lado. Aunque tenía mucha vitalidad, todos coincidían en que era el más anciano. Pero lo que le preocupaba a la gente era su procedencia. No diré aquí los cuentos que vagan en siseo de palabras ocultas, pues parecen más leyenda que realidad. Una cosa si es cierta, allí donde él estaba, una media sonrisa iba con él. Eso era de desconfiar. Un hombre normal no puede estar siempre feliz. Tenía que haber cierta oscuridad.
La imagen era de antagonismo. El viejo con aquella sonrisa radiante y la mujer, bien podría ser nieta, ausente, sin vida.

Como si recordara algo, el hombre dijo:
-¿Sabes que? ¡Te voy a contar un secreto!

Ella seguía sin inmutarse, pero a él no le parecía importar, como si comprendiera.

- ¿Ves ese árbol de allí? ¡Es curioso cómo tiene el pecho abierto! No siempre fue así. Harto de aguantar en esa postura estática, de soportar todo tipo de inclemencias de la gente, de sufrir soledad, decidió irse. Parece un cuento, pero no. Rompió el traje de madera y se fugó el alma desprendiendo mucha luz – hizo un gesto con las manos, como si tuviera alas-, dicen que se reencarnó en águila. Ahora vuela, para tener libertad.

Desde aquel día no se supo más de la mujer.

Se hizo la luz

Se hizo la luz

Busco entre recuerdos, aquellos folios antiguamente escritos; constelaciones con estrellas movedizas, que se disuelven en trazos ininteligibles. La sopa de letras me confunde, en un remolino de imágenes que se suceden vertiginosamente; al final, tinieblas.
Llego a un profundo pozo negro, con fondo impalpable, tal es la nada. Desorientado. Perdido. Sumergido en la oscuridad, lo que sea ésta. Echo las manos a la cabeza y grito; no siento manos, ni produzco sonido alguno. Pierdo la esperanza y desespero.

Inquietud del alma.

De repente, una luz cegadora me invade, de forma que deseo la oscuridad. Siento que me desplazo. Asciendo. No, caigo vertiginosamente. Este debe ser el fin.

Todo se detiene y siento una latencia; el tiempo. Algo en mi crece. Hace eco en mis pensamientos. Quiero aferrarme a ese latido. Se hizo la luz y veo…

…el cursor parpadeando, esperando pulsaciones.